¡Mi guacamaya ha muerto! no lo entiendo, hace rato estaba hambriento. ¡Me mataron a mi guacamaya! no lo comprendo, su corazón ha dejado de latir, pero entonces, ¿por qué se está moviendo?
¡Un suicidio ha ocurrido! le vi una soga al cuello, su latido ha cesado pero no su aliento, sus ojos se han cerrado, parecen enfermos. ¡Maté a mi guacamaya! no lo entiendo, quizá fue cuando yo estaba durmiendo. Ya no escucho su latido, pero entonces, ¿Cómo es que ahora está huyendo?
¡Mi guacamaya ha muerto! inconsolable estoy por dentro, estaré en duelo eterno.
¡Pero que alguien me ayude! Mi guacamaya vuela, se mueve, canta, tiene aliento. ¿Cómo le regreso la humanidad, la visión, el latido al cuerpo?
Si tuviera que decirte cuánto y cómo te amo me desintegraría en un río eterno de lágrimas, en uno de esos infestados de salmones de palabras entrecortadamente mal entonadas. Y me correría por tierras desconocidas y mundos de fantasía hasta llegar a ese mar que se seca a pesar de la teoría. Y llegaría a ese mar que cada vez más creo que se ha confundido con una presa, ahora en tiempos de sequía. Por eso justo hora no lo digo, no vaya a ser que cada gota de mi ser no encuentre la sal que necesita.
En el amanecer equivocado que me viene a cada rato durante la noche me encuentro. Y se me viene la realidad que se encuentra con el sueño, con la luna, con la intranquilidad, con la locura. Y me pasa cada tú y yo durante año y medio en un instante frente al espejo. Y me llegamos hasta ahora donde ya no estamos, y me enfrento, me asfixio, me quemo por dentro. Y me obligo a anochecer, lo logro sólo por un momento porque esto que siento me amance obligadamente a cada oportunidad, me amanece aunque se vista de noche el tiempo.